Siempre me había gustado escuchar a la gente pero con el paso de los años te das cuenta que el vertiginoso día a día es prácticamente incompatible con esta sana costumbre, da la sensación que en cualquier reunión, conversación o tertulia se busca el triunfo de la verborrea independientemente de lo que digan los demás.
¿Como se explica esta degradación de la dialéctica? Responder esta pregunta no parece trivial, pero pienso que el primer paso es contestar a otra pregunta clave: ¿Cuál es la diferencia entre oír y escuchar?
Oír significa percibir las palabras que se hablan. Escuchar es entender las palabras que se dicen y que son oídas. Cuando oímos lo hacemos con nuestro sistema auditivo.
Cuando escuchamos otras funciones cognitivas entran en juego: poner atención, recordar, pensar y razonar.
Uno oye las palabras en un mensaje. Uno escucha las palabras de un mensaje más cualquier otra señal que complemente el mensaje. Uno oye voces y sonidos. Uno escucha mensajes.
Escuchar va más allá de oír las palabras que se hablan, significa pensar en el mensaje para entenderlo de manera clara y completa. Esto requiere oír las palabras, observar el tono de voz, el estado anímico, y cualquier otra señal que complemente el mensaje.
Si en una conversación los participantes no realizan este proceso la misma seguramente resultara fallida.
Cuando no nos escuchan a lo largo de una conversación enseguida nos sentimos invalidados y frustrados, por otro lado, cuando somos nosotros los que no escuchamos, corremos el riesgo de llegar a una conclusión que es incorrecta y a tomar acciones no deseadas. Podemos malinterpretar al que está hablando o podemos perder información importante.
El saber escuchar, es decir, prestar atención más allá de solamente percibir palabras y sonidos, es posiblemente la habilidad más importante que puede uno aprender a lo largo de la vida.
El refranero popular es una vez más concluyente:
“Dios nos dio dos orejas y una sola boca para que escucháramos el doble de lo que hablamos”
Ahora bien, es erróneo pensar que uno sabe escuchar porque permanece en silencio, el silencio no garantiza que uno entienda el mensaje y si estamos permanentemente en silencio realmente no estaremos estableciendo una conversación.
El justo equilibrio entre saber escuchar y saber hablar produce el milagro del diálogo. Si dialogáramos más y mejor, nuestra sociedad cambiaría radicalmente y poco a poco iría adquiriendo un rostro más humano.
Nuestra sociedad, hoy, presenta un aspecto crispado porque falla el diálogo. Es cierto también que a veces hay personas que no hablan porque no saben qué decir o porque resulta más cómodo no decir nada. Pero hoy día el defecto más generalizado es precisamente el contrario: la “incontinencia verbal” de las personas que siempre hablan y nunca escuchan.
Evidentemente revertir esta situación a nivel general parece tremendamente complicado pero al menos cada uno puede esforzarse en lograr ese deseable equilibrio y poner de esa manera su granito de arena en ese empeño.
Escribiendo por no aburrirme